Mis queridos Lectores bajo la Luna, hace unos días tuve el privilegio de ver uno de mis cuentos publicados con las chicas maravillosas de Especulativas.
Cierto día vi su convocatoria, era referente a la amistad. Y me puse a reflexionar en lo que para mi significa esta palabra. La primera imagen que vino a mi mente fue de una mascota que tuve por más de 13 años, una perrita Blueheeler llamada Coqueta.
Nunca un ser albergo tanto amor, paciencia, lealtad en su corazón como lo hizo ella.
Coqueta ha sido mi ángel guardián desde que tuvo que caminar a través del arcoíris.
Y en mis cavilaciones fue que miré hacia abajo y allí encontré a una amiga. Mi gata Tina, a veces pienso que mi perrita Coqueta decidió reencarnar en esta gata amorosa pero también con personalidad de diva. Sólo ellas saben ¿verdad?
Bueno con papel en mano y gata a mis pies es que deje fluir la pluma y fue así como nació este cuento que hoy quiero compartirles.
¿Qué significa la amistad para ustedes mis queridos Lectores bajo la Luna?
¿Quién es su mejor amigo?
Les mando un abrazo lleno de estrellas.
Erika C,
La Novena Reencarnación
Se dice que los gatos tenemos nueve vidas, a decir, esto es una parte de la verdad. Ya que estoy llegando al final de mi existencia es que he decidido contar mi historia, para cuando llegue mi turno frente Anubis la balanza muestre un poco de misericordia al inclinarse.
Cuando habité este mundo por primera vez, vivía en un lugar lleno de bellas pirámides, donde el sol se extendía majestuosamente hasta el final del horizonte, los hombres eran bendecidos por los dioses con la abundancia del Nilo. Mi especie era adorada y venerada, imágenes se colocaban en todos los altares para rendir culto. Bastet, protectora de la vida, tenía un sitio privilegiado entre todos los dioses, por lo que los faraones se hacían acompañar de esfinges en esta vida y en la otra.
Mi vida fue buena, nunca me falto comida, ni espacio cómodo donde dormir bajo los rayos del sol. Los mimos de los sirvientes del faraón me mantenían contento y su veneración me permitía salirme con mi voluntad siempre.
Acicalando mi pelo en la terraza me encontró un joven arquitecto, su mirada se perdía en la distancia, había llegado el momento que tanto se planeó entre los sirvientes leales de la hija del faraón. Hoy era el día en que ella se proclamaría heredera al trono y se sentaría con la doble corona en su cabeza, haciéndose llamar faraón. La primera mujer reina-faraón que habría en la historia, su nombre Hatshepsut.
El joven delicadamente me colocó sobre su regazo, acariciando mis orejas, me susurraba lo dichosa que era mi vida, percibí que algo le preocupaba y queriendo aliviar la pesadez de su corazón acerqué mi cabeza a su pecho. Juntos nos quedamos hasta que lo llamaron.
Los hechos que pasaron en el salón del trono quedaron vedados para mí, pero me enteré de que la nueva reina-faraón había formado su consejo real y entre ellos estaba mi amigo. Pasé la tarde buscándolo para celebrar, lo encontré entre papiros y noté que la preocupación había dejado su rostro dando paso a una amplia sonrisa.
Hice de sus aposentos mi nueva casa, a él no pareció importarle, siempre me daba todo lo que pedía y respetaba mis espacios. Nos entendimos, aunque no habláramos el mismo idioma.
Los años fueron benévolos con nosotros, mi amigo se ganó el respeto de muchos. Su lugar en la corte real no se ponía en duda, yo creo que era porque todos entendíamos que él amaba a la reina y ella le correspondía de igual manera, ya que la viudez le otorgaba la oportunidad de un amor genuino. Yo me dejé llevar por la comodidad y los buenos tratos. Me he arrepentido cada día de mis vidas de ello. Si no hubiera bajado la guardia tal vez las cosas hubieran sido distintas. La flagelación por nuestros errores está siempre acompañada de hubieras.
El hijo ilegítimo del esposo de la reina estaba urdiendo la manera de quitarla del trono para proclamarse faraón, a pesar de que ella había llevado a su pueblo a una era de prosperidad y abundancia nunca vista. Pero la envidia es una mala consejera y Tutmés III le había prestado sus oídos durante mucho tiempo.
Cuando se dio el golpe de estado, todos los que eran leales a Hatshepsut fueron asesinados silenciosamente, unos bajo el filo de la navaja, otros con veneno en sus comidas. La muerte esparció sus alas por el palacio en un festín de almas que Anubis le otorgaría a Osiris. Al llegar la hora de mi amigo yo le acompañaba, unos soldados embistieron la puerta y empezaron a golpearlo, lograron someterlo y con una daga pusieron fin a su vida en esta existencia. Quise ayudarlo y con astucia brinqué sobre la espalda de uno, arañando su rostro logré arrancarle un ojo. El hombre bramaba por el dolor, me tomó por una de mis patas y me aventó contra la pared, perdí el conocimiento.
Una vez que desperté me encontré en la habitación del asesino de mi amigo, quise levantarme, pero mi cuerpo no respondía. Mi próxima reencarnación iniciaría muy pronto.
El asesino al ver que recobraba la conciencia me llevó al templo y me colocó como ofrenda en el altar. Me enterró la misma daga con la que había matado a mi amigo diciendo que era el precio justo por haberle quitado su ojo.
La agonía fue larga, uno a uno mis sentidos se fueron eclipsando. Cuando estaba listo para dejar este mundo y presentarme ante la balanza de la vida, una sacerdotisa se acercó a mí pronunciando una bendición. Partí en paz.
En el momento que Anubis pesó mi corazón, sintió el dolor por la pérdida de mi amigo y me obsequió una misión: durante las reencarnaciones que me quedaban buscaría el alma de mi compañero en cada una de sus vidas. Estaríamos juntos hasta volver frente a Anubis.
Y así fue.
Cada vez que mi vida comenzaba yo me dedicaba a buscar a mi amigo, le encontré bajo distintos rostros y en diferentes tiempos, nuestro tiempo juntos fue bueno y la amistad que nos unió desde el inicio se fortaleció cada vez más. Sin embargo, en cada existencia encontraba el mismo final. La muerte llegaba por medio de la traición a mi amigo y mi lucha por defenderlo siempre era inútil.
En mi novena reencarnación decidí que las cosas serían distintas, no viviría lo mismo en mi última existencia.
Encontré a mi compañero en la patria de las gaitas, pertenecía al clan más poderoso de las Tierras Altas. Era el jefe de guerra del clan, por lo que su vida estaba destinada a la lucha y defensa de las costumbres y usanzas ancestrales ante la invasión inminente del rey de Britania. La muerte estaba siempre un paso atrás de él.
Pero esta vez yo no lo permitiría.
Mi última vida la pasé escudriñando a cada individuo, desde cada rincón analizaba todo lo que sucedía, me acercaba ronroneando a las personas cuando quería entender lo que pasaba y un gesto amable de mi parte siempre me permitió estar en el regazo indicado, escuchando cada uno de sus planes.
Siempre que me percataba de que la vida de mi amigo se ponía en riesgo, urdía un plan para hacerme de una manera y así quitar del camino a cada uno de ellos.
Varios hombres murieron a causa de mis acciones. Hubo incluso algunas mujeres que me llamaron “El gato de la muerte” porque cada vez que me echaba en las piernas de alguien, este aparecía muerto días después. Llegaron a pensar que podía predecir quien iba a morir.
Nunca se imaginaron que era yo quien provocaba esas muertes en favor de salvar la vida de mi amigo.
Pasé poco tiempo a su lado, por protegerlo sacrifiqué el tiempo que me hubiera gustado estar en su compañía, pero lo hice con gusto. Partiría al otro mundo sabiendo que le había dado una vida larga y feliz.
¿Qué si me arrepiento de haber matado a tantos hombres? No, el remordimiento no ha llegado a mí. La lealtad que tengo hacia mi amigo me hace estar convencido de mis acciones.
¿Qué si tengo miedo al juicio de Anubis? Si, porque él nunca podrá comprender el dolor que sentí durante mis reencarnaciones al ver morir una y otra vez a quien mi corazón atesoraba. Su juicio solamente verá las almas que puse en su balanza antes de tiempo, no entenderá que al matar a cada uno de esos hombres le entregué una vida larga y feliz a quien me abrió su corazón, permitiéndome palpar la felicidad.
¿Lo volvería a hacer? Claro. El único remordimiento es que no lo hice antes, durante mis otras vidas. Porque a un amigo se le quiere y cuida, aun cuando él no lo pida.
La amistad es estar sin ser llamado, escuchar sin juzgar y a veces dar compañía en medio del silencio. Un verdadero amigo es aquel que está en los momentos más oscuros, es el que puede ver la parte más cruda y amarte a través de ello.
Varias vidas me senté en el regazo de mi amigo escuchando sus sueños y promesas, enmendé su corazón roto con ronroneos mientras mi compañía silenciosa le apoyaba para enfrentar cada una de sus adversidades.
Por tanto, ahora que Anubis me llama no tengo miedo, mi alma pondrá en la balanza todo el amor que le profeso a mi amigo y eso pesará más que las vidas que arrebaté.
Antes de emprender mi último viaje me sentaré en el regazo de mi amigo, una última vez.
Una mujer grita desesperada pidiendo ayuda, ha encontrado al jefe de guerra muerto en su cama. Un gato yace junto a él.
— El gato de la muerte hizo su última predicción— dijo en voz baja el jefe del clan mientras abandonaba la habitación.
Un hombre y un gato caminan hacia una gran balanza, se preparan para pesar sus almas…
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