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Momentos en el tiempo: La polilla que esperaba

  • Foto del escritor: ERIKA Castillo
    ERIKA Castillo
  • 27 oct
  • 2 Min. de lectura


Hoy, mientras caminaba mirando el piso —sí, siempre miro hacia abajo cuando camino, creo que es más fácil que mirar hacia arriba—, encontré una polilla.


Era hermosa. Inmóvil y hermosa.


Nunca he prestado atención a las polillas. ¿Alguien lo hace?


Allí estaba, casi impregnándose a sí misma con el suelo. Me detuve por un segundo y la observé. La vida siguió su camino. No hay quien se detenga a mirar una polilla muerta, aunque sea hermosa.


No quise tomarla con mis manos, así que fue mi pie quien la giró, para que pudiera observar su cuerpo y las manchas negras en sus alas, como ojos penetrantes que me reclamaban por no haberla levantado.


¿Por qué tuve miedo?


Quién sabe. A veces el miedo solo existe y ya. Por eso es tan poderoso: porque nunca nos preguntamos por qué tenemos miedo. Si lo hiciéramos, tal vez nos daríamos cuenta de que no hay razón para temer.


Tuve que seguir mi camino. La vida no espera. Y aunque la polilla estaba allí, tal vez esperándome para que la ayudara a encontrar un buen lugar, yo no podía detenerme. O mejor dicho: tenía miedo de detenerme.


¿Qué tal si me daba cuenta de que no había razón para seguir caminando?


¿Qué pasaría si perdía la inercia y no podía continuar?


No podía detenerme por una polilla, después de todo.


Pero uno siempre vuelve al lugar del que quiere huir. Para que enfrente aquello que lo aterra por las noches. Eso que no puedes nombrar y que llena cada rincón oscuro de tu existencia.


Y cuando caminaba de regreso, seguía mirando al piso. Creo que se encuentran cosas interesantes allí, donde todo el mundo se sostiene, pero nadie mira.


Y allí estaba: solo la cabeza de la polilla, y un montón de sangre dibujado en el suelo.


¿Por qué no quité la polilla de allí?


Porque tenía miedo.


Y ahora, un trozo rojo me recrimina la belleza de unas alas grises con ojos negros.


¿Soy culpable de haber matado a la polilla?


Pero ya estaba muerta.


Y nadie mira al piso cuando camina.


Pero yo sí lo hice, y ahora sé que allí había una polilla que me estaba esperando.


¿Por qué no la levanté?


¿Estoy tan acostumbrada a no preocuparme por los demás? ¿O simplemente sigo el ejemplo de todos los que caminaron antes que yo?


Nadie levantó a la polilla. ¿Por qué me dejaron esa responsabilidad a mí?


Ahora yo cargo con las consecuencias de no haberla levantado, y con el recuerdo de que era hermosa.


Ayer me topé con una polilla en el piso. Y estaba esperándome.


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