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Aventuras de una mamá lectora: Un estudio del miedo

  • Foto del escritor: ERIKA Castillo
    ERIKA Castillo
  • 10 jun
  • 4 Min. de lectura

Atrévete a ser valiente hoy y confía en que cuando extiendas tus alas, volarás”

—Mary DeMuth

Nos encontramos nuevamente en nuestro rinconcito del mundo, mis queridos Lectores bajo la Luna. Gracias por permitirme compartirles una nueva aventura de esta mamá lectora.

Para comenzar esta historia, es preciso viajar al año pasado, cuando éramos un poco más jóvenes y no conocíamos tantas cosas como las que sabemos hoy.

Cierto día, Valentina le comentó a su papá que quería aprender a nadar, y a él, como todo humano acuático que es, le brillaron los ojos.

Lo que no sabíamos entonces era que Valentina tenía miedo al agua.

Nunca lo había demostrado: en cuanto veía una alberca, brincaba dentro y era difícil sacarla de ahí. Pero nunca había estado en una con tanta profundidad, o al menos no lo había notado.

El primer día de clases, nos dimos cuenta de que hacía todo muy bien… excepto nadar en lo profundo. Su carita mostraba el miedo que sentía, y con la mirada me suplicaba que la sacara de allí.

Mi instinto como mamá era correr a abrazarla, sacarla de esa situación incómoda y no volver jamás. Pero eso no le serviría de nada.

Así que, con una de esas miradas que dicen “todo está bien”, me acerqué y le recordé todas las veces en que había demostrado lo valiente que es.

Ese día no tuvimos éxito. No se animó a hacer lo que la maestra le pedía.

¿Cuántas veces no se nos atraviesa el miedo y nos impide cumplir nuestros deseos?

Esta mamá puede decirles que en más de una ocasión sintió cómo las piernas le fallaban y prefirió no hacer lo que realmente quería. El miedo era demasiado grande.

Como reza el dicho, no hay objeto de estudio más digno del hombre que el hombre mismo.”

El miedo fue creado desde el inicio de los tiempos. Nació como una “medida preventiva” para evitar que el ser humano cayera en peligro: era nuestro radar interno, quien nos marcaba los límites para no exponernos.

Lo que no se consideró fue que estos humanos también tienden a dejarse llevar por las emociones que nublan su conciencia: la alegría inmensa al alcanzar un sueño, la ansiedad que se cuela por las noches y nos roba el sueño, o las ganas frenéticas de comerse un pastel de chocolate entero…

Entre todas ellas, el miedo se volvió una brújula.

Ya no solo avisa del peligro: hoy guía nuestras decisiones. Con quién relacionarnos, qué trabajo tomar, si decir lo que nos incomoda, si pedir perdón…

Antes, el miedo evitaba que fuéramos la cena de un tigre. Hoy es una sombra que nos acompaña desde que despertamos.

En una sociedad que nos impulsa a vivir desconectados de nosotros mismos, el miedo es el pilar sobre el que se construyen muchas ideas.

Volviendo a aquella alberca donde Valentina conoció el miedo por primera vez —porque puedo asegurarles que antes no lo conocía, y tengo muchas travesuras como testigos—, pasamos toda la temporada intentando aplacar esa emoción que le impedía soltarse.

No lo conseguimos. Ni los consejos, ni las experiencias nuevas, ni el ejemplo ayudaron.

Cuando terminó el curso, la maestra nos dijo que Valentina nunca aprendería a nadar.

Es un error capital precipitarse a edificar teorías cuando no se ha reunido aún toda la evidencia, porque suele salir entonces el juicio combado según los caprichos de la suposición primera.”

Hoy, el calor abrazador ha regresado. Ese que nos hace pensar dos veces nuestras acciones, no vaya a ser que terminemos en un lugar con temperaturas similares por toda la eternidad.

Aquí sí le doy cabida al miedo —el calor nunca ha sido lo mío.

Soy de esas personas que prefieren el frío, una taza de chocolate humeante y una fogata en frente. Perdón por desviarme… pero la verdad, ya cuento los días para que llegue el otoño.

Este año consideramos otras opciones para Valentina. La alberca ya no nos parecía una experiencia agradable.

Hasta que, desde el otro cuarto, escuchamos su vocecita cantar:

—¡Yo quiero aprender a nadar este año!

Mi esposo y yo nos miramos sorprendidos. Nos dimos cuenta de que nuestras conversaciones sí son escuchadas… y que Valentina quería intentarlo de nuevo. Ambos descubrimientos nos dejaron sin palabras.

Así fue como, otra vez, nos encontramos en una nueva alberca, con otro entorno, y con una Valentina distinta: llena de valor y con ganas de intentarlo.

No les voy a mentir: en la primera clase, los miedos regresaron. Pero esta vez, ella decidió no escucharlos.

Buscaba mi mirada pidiendo seguridad. Le respondí con una sonrisa que decía: “todo está bien”, aunque mi corazón pedía con fuerza que pudiera vencer aquello que la detenía.

Nada hay nuevo bajo el sol… Cada acto y cada cosa tiene un precedente en el pasado.”

Mientras Valentina se enfrenta a sus miedos, yo me dedico a leer.

Esta vez ha sido el turno de Sir Arthur Conan Doyle y su libro Un estudio en escarlata, Él es alguien que tendría mucho que contarnos acerca del miedo también. Tuvo que dejar su carrera como médico y pagar las cuentas escribiendo. Así nació Sherlock Holmes.

No fue fácil. Su sueño era otro, y por eso con el tiempo decidió “matar” al detective y retomar el bisturí. Pero los lectores no se lo perdonaron, y tuvo que volver a tomar la pluma.

Él no lo sabía, pero su creación moldearía generaciones. Sherlock ha sido recreado mil veces, en distintos tiempos y contextos.

Hoy, el miedo de Conan Doyle ha pasado de desapercibido a inexistente. Siempre habrá alguien que recuerde al detective y a su fiel compañero.

“Sin la imaginación no existe el miedo.”

Después de varias clases, Valentina ha aprendido nuevos trucos. Aún queda camino por recorrer, pero su determinación la ha llevado a nuevas metas.

La valentía se conquista con pequeños pasos, incluso con miedo en la voz o temblor en las piernas.

Hasta que, poco a poco, se vuelve parte de nuestra esencia y nos permite vivir una versión más honesta de quienes somos.

Me despido, queridos Lectores bajo la Luna, con palabras de Sherlock Holmes:

Para un espíritu superior, nada es pequeño.”

Podemos conquistar nuestros miedos con perseverancia, con la certeza de que somos más fuertes que ellos, devolviéndolos a su función original: protegernos solo en situaciones de verdadero peligro, y no impedirnos alcanzar nuestros sueños.

Les deseo muchos actos pequeños de valentía y sueños alcanzados.

Mientras tanto, yo me remojaré un poco en el agua de la alberca.

Un abrazo.


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