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Historias bajo la Luna: La primera vez que Valentina habló sobre la muerte...

  • Foto del escritor: ERIKA Castillo
    ERIKA Castillo
  • 28 may
  • 3 Min. de lectura

"El dolor es el precio que pagamos por el amor:

Isabel II

Reina de Reino Unido


Hay preguntas que marcan un antes y un después.

Preguntas que llegan sin aviso, en medio del silencio o de un abrazo.

Hace unos días, mi hija me miró con sus ojitos llenos de ternura y me preguntó:

"¿Qué es la muerte, mamá?"

No supe qué decir de inmediato… pero ese instante abrió una puerta, no solo a una conversación, sino a una reflexión más profunda sobre la vida, el amor, y cómo acompañar el dolor en el corazón de un niño.

Hoy quiero compartirles ese momento.


—¿Qué es la muerte, mamá?

Esta fue la pregunta que me hizo mi pequeña de rizos alborotados hace unos días. Pero, para ser justa, tengo que darles un poco de contexto.


Días atrás, hubo una muerte en la familia: la tía de mi esposo. Es la primera pérdida que mi Valentina experimenta de manera consciente.

A veces la vida, en lugar de darnos, empieza a recoger lo que nos ha prestado. Pero mi pequeña, entonces, era solo una bebé juguetona e inquieta que no comprendía las lágrimas de quienes la rodeaban… y eso, yo lo llamaba bendición.


Pero no esta vez.

Mi pequeña escuchó decir:

—Acaba de fallecer. Está en paz.

Vio lágrimas en los ojos de niños y adultos, y acercándose a mí, me apretó fuerte.


En momentos como este, el agradecimiento que siento por el hecho de que ella aún me considere su refugio llena mi alma.

¿Qué será de mí cuando ya no lo sea?


Con sus manitas rodeándome, me preguntó:

—¿Qué es morir, mamá?

Y por un instante… no supe qué contestar.


Entiendo el significado de fallecer. Creo que tenemos una vida que solo va transmutando, que cuando nuestro cuerpo ha llegado a su línea de meta, entrega los átomos que le pidió prestados a las estrellas y planetas. Es entonces cuando, por fin, la conciencia se libera… y puede volar más alto.

Pero ¿cómo explicar todo eso en palabras pequeñas, para una mente en crecimiento? Lo que diga en esta ocasión la marcará de por vida. Mis palabras deben estar llenas de compasión, para que cuando ella enfrente sus propias pérdidas, pueda encontrar en ellas consuelo.

—Morir, mi amor chiquito, es regresar a las manos de Dios y empezar otra vida…

Ella, con su perspicaz inteligencia, me interrumpe:


—¡Ah! Es volver de donde venimos… a contarle a Dios todas nuestras aventuras.


Nunca me sentí tan orgullosa de mi pequeña de rizos alborotados como en ese momento.

Su sabiduría agrandó mi corazón en niveles que nunca podré abarcar con palabras.


La tarde siguió su curso. Personas entraban y salían de casa, y Vale se quedaba abrazada a mí.


Cuando llegó el día del servicio funerario, sus ojitos se llenaron de lágrimas.

—Me pone triste el corazón ver que los demás están tristes —me dijo.

No tuve palabras para ella en esta ocasión.


El dolor propio es una bendición —me repito siempre—, porque lo llevo yo, y sé que mis fuerzas no me dejarán flaquear.

Pero el dolor ajeno… ese se me hace más crudo, más complicado. A veces, mis palabras o mis acciones no alcanzan para ayudar o consolar.

¿Cómo consolar a quien tiene el corazón hecho pedazos por la pérdida de alguien a quien ama?

Nunca lloramos por los que se nos adelantan.

Lloramos por nosotros: por la ausencia que nos dejan, por el vacío que se instala en cada uno de nuestros días.

Tenemos que aprender a vivir una nueva existencia con esos vacíos.

Nos reformamos en torno a ese dolor y esa ausencia.


“El tiempo lo cura todo”, dice el proverbio…

Pero creo que no es cierto. No es que el tiempo quite el dolor.

Aprendemos a vivir con él.

Formamos nuestra vida alrededor de los vacíos, y nuestra personalidad se transforma por el dolor.

Nos volvemos más conscientes, más atentos… no por el paso del tiempo, sino por la pena que nos atraviesa.

Somos la suma de todas las personas que nos rodean,

pero también somos sus ausencias.

Esas ausencias también llenan nuestra vida…


Hoy, mis queridos Lectores bajo la Luna, nuestra vida ha recuperado su normalidad.

Mi pequeña juega con sus muñecas como siempre.

La muerte ha sido una experiencia más.


Hasta que llegue nuevamente y nos arrebate otro pedazo de corazón.

Pero esas palabras me acompañarán siempre:

“Contar nuestras aventuras a Dios…”


Les deseo experiencias llenas de vida,

de amor, de esperanza, de aprendizajes…

Para que cuando llegue su momento de contar sus aventuras,

tengan una infinidad de tiempo a su disposición.


Un abrazo,

✨🌙



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