Historias bajo la Luna: La historia que no puedo contarte...
- ERIKA Castillo
- hace 2 horas
- 3 Min. de lectura
Suena extraño, ¿verdad? Viniendo de alguien que ama contar historias...
Pero lo cierto es que he estado trabajando en dos proyectos y todavía no puedo decir mucho sobre ellos. Aún no.
Lo que sí puedo contarte es que tomé un voto de fe. Salí de mi zona de confort y me lancé de lleno, con todo el corazón, hacia eso que mi alma sueña… pero que también me asusta profundamente.
¿Por qué será que cuando más deseamos algo, más lo postergamos?
"Aún no estoy lista."
"No tengo la preparación suficiente."
"Me falta tiempo, estoy agotada."
Mil voces como esas habitaron mi mente, hasta que tuve que poner orden. No puedo seguir dejándome definir por ellas… no cuando hay un llamado más fuerte, uno que he ignorado por demasiado tiempo.

Valentía.
Una palabra cargada de estigmas y juicios que muchas veces nos hace sentir que no podemos llenar cada una de sus letras.
Tenemos forjada en la mente la imagen del "superhéroe": alguien que se enfrenta a los villanos con temple de acero, sin tambalear, sin miedo. Porque es valiente.
Pero la verdadera valentía se conquista con pequeños pasos, con miedo en la voz y las piernas temblando como gelatina.
Para mí, ha significado sentarme a solas y "leerme la cartilla".
Poner sobre la mesa todo eso que no me gusta de mí y que el ego disfraza como “circunstancias no idóneas”.
Ver cara a cara al monstruo construido por mis apegos y mi negación no es nada agradable.
Es solo para valientes… esos que se atreven a hacerlo con el miedo a su lado.
Así fue como empecé mis proyectos: con dudas en la cabeza, pero con ilusiones brillando en las manos.

Hay historias que parecen simples, incluso pequeñas… pero son esas las que más me conmueven. A través de ellas, exploro emociones que a veces me abruman. Y cuando las dejo fluir con la pluma, todo se vuelve más claro.
¿Es posible olvidar lo que amamos?
Esa pregunta fue creciendo dentro de mí hasta volverse un canto de sirena imposible de ignorar.
A veces, el olvido parece un refugio cuando el dolor se convierte en verdugo.
Quiero borrar lo que duele, lo que me enfrenta con partes de mí que no quiero mirar.
Quisiera un lienzo nuevo…
Pero no se puede.
Soy todo lo que he vivido. Incluso lo que me ha roto.
Soy como una pieza de porcelana que, orgullosa y reluciente, vivía sobre un estante… pero no se atrevía a salir por miedo a quebrarse.
Hasta que un día, con un pequeño cambio en la estructura, se rompió.
¿Se desecha algo solo porque se ha roto?
O tal vez, con amor, alguien recoge los pedazos, los une con paciencia… y los vuelve a ensamblar.
Los japoneses lo llaman kintsugi.
Yo prefiero llamarlo amor.
Cada herida abre espacio a la luz. Cada grieta revela lo que somos, más allá de la perfección.
Si olvidara todo esto… ¿cómo podría evolucionar?
El olvido puede ser verdugo, sí. Pero también puede ser la mano más noble cuando se trata de soltar la culpa y el castigo.
A veces perpetuamos el dolor creyendo que merecemos sufrir.
Nos flagelamos con el pasado como si eso nos salvara.
Ahí, justo ahí, es donde necesitamos olvidar… para no perdernos en un espiral que solo nos rompe más.

Porque el olvido, cuando se une a la compasión, nos conduce al perdón.
Nos permite vernos bajo una nueva luz.
Y entonces nuestras heridas… nos hacen bellos.
Difícil de imaginar, lo sé.
Eso es justo lo que estuve explorando a través de los ojos de un personaje que me hizo derramar varias lágrimas.
Ahora puedo decir que ya tiene vida propia.
Y pronto, muy pronto… podré presentártelo.
Gracias, mis queridos Lectores bajo la Luna, por perdonar mis ausencias.
Gracias por esperarme siempre en este pequeño rincón del mundo.
Un abrazo,
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