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Foto del escritorERIKA Castillo

La Tinta bajo la Luna: Aventuras de una mamá lectora, Chocolate

Mis queridos Lectores bajo la Luna, hoy se celebra el día Mundial del Pastel de Chocolate lo cual es un gran evento en nuestra casa.


Para Valentina y para mí el chocolate ha sido la causa de momentos llenos de alegría y diversión, de recuerdos hermosos y batallas campales también.


El pastel de chocolate es nuestra elección sin titubeos a la hora de pedir postre o de dar la mordida en nuestro cumpleaños, siempre ha estado presente en nuestras vidas. Es por ello que para nosotras es un día importante, por no decir de importancia nacional.


Para darle a conocer un poquito de la historia del chocolate a mi pequeña de rizos alborotados le inventé una pequeña historia para las noches donde los sueños no llegan temprano.

Hoy quiero compartirla con ustedes.

Sé que siempre les comparto aventuras en base a los libros que he leído, perdonen mi atrevimiento, pero esta es una ocasión especial.

Prometo que pronto tendrán una aventura más de la mano de nuestros amigos los libros.


Espero que la disfruten:


Xocolatl: El regalo de los dioses


Caminaba curiosa una pequeña niña entre árboles gigantes y plantas majestuosas hace ya mucho tiempo, se había alejado de la vista de su madre quien con el telar a un vestido daba forma entonando la misma canción con la que la arrullaba por las noches. La pequeña tenía una necesidad infinita de conocer el mundo que la rodeaba teniendo así muchas travesuras que contar.

Paso a pasito se adentró entre los árboles sin darse cuenta que había dejado atrás su mundo y había entrado en uno donde la magia y el tiempo se entrelazaban. Las cosas que sus ojos admiraban la llenaban de alegría invitandola a continuar. El dios que había creado a la humanidad de la planta del maíz se enteró de la visitante que entre sus posesiones caminaba y decidió acompañarla tomando la forma de una pequeña ave llena de colores y alas veloces.

Revoloteó a su alrededor mientras la pequeña con risas alborotadoras jugaba con él, caminaron entre árboles que tocaban el cielo y olieron las flores que alimentaban los sueños. Se hicieron compañía en una tarde donde el sol los arropó entre rayos arcoirís y nubes violeta.


—¿Cómo llegaste aquí pequeña?— le preguntó el colibrí

—Estaba buscando con quien jugar, pero creo que me perdí—ella en su inocencia con carisma le contestaba.


El ave la invitó a sentarse sobre una roca donde se podía contemplar la majestuosidad de un valle habitado por pirámides de piedra que abrian los cielos y mostraban los secretos del universo a quienes podían escuchar las voces en el viento.

—Quiero volver a casa— dijo la niña con melancolía

—¿No quieres quedarte y hacerme compañía?— preguntó el dios

—No, extrañaría mucho a mi mamá y sus canciones y su abrazo y sus caricias…

—Aquí puedes ver muchas cosas hermosas y ser parte de la eternidad— le pedía el dios

—Lo sé, pero no sería lo mismo sin mi mamá— dijo ella triste.

—Esta bien te llevaré de nuevo con ella pero me gustaría entregarte algo en agradecimiento por la visita que me has dado.

Tomando forma humana y majestuosa el dios Quetzalcóatl le entregó una semilla que contenía el aroma de los sueños.


Al llegar a donde se encontraba la madre de la niña Quetzalcóatl le dijo:

—Esta semilla te recordará que los sueños se hacen realidad, que un abrazo es el mejor regalo que puedes dar y que el tiempo que pasas con las personas que amas es la verdadera trascendencia.


La pequeña y el dios se abrazaron. Sabían que se volverían a encontrar pero para eso faltarían muchas lunas por llegar.


Con emoción la niña le relató a su madre lo que había pasado, diciéndole de todas las horas que pasó en compañía de la pequeña ave “que se convirtió en hombre”.

—‘Mija pero si sólo te fuiste cinco minutos — le contestó su madre observando la semilla.


La niña le contó todo lo que el dios le había explicado y con amor la pusieron en el corazón de la tierra.

Las lunas cambiaron y de la semilla un árbol creció del cual sus frutos los hombres sabios con rituales supieron entregar a cada mortal.


La bebida agridulce les recordaba el abrazo y el cariño que el dios Quetzalcóatl y la pequeña sostuvieron aquella tarde. “xocolatl” le llamaron.


Los días se convirtieron en años y el xocolatl fue pasándose por las manos de los hombres ayudando a recordar como las cosas importantes de la vida siempre vienen acompañadas de una buena dosis de chocolate…



Un abrazo

Erika C.






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