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  • Foto del escritorERIKA Castillo

La Tinta Bajo la Luna: Noviembre aprendiendo a dejar ir mientras vivimos por primera vez…



Mis queridos Lectores bajo la Luna, hemos concluido un mes más en este año que ha estado de locos, por decir poco, ¿o no lo sienten así?

Yo sospecho que estoy bajo un hechizo desde el inicio de los tiempos, porque cada que llega este mes sucesos catalizadores inician su proceso. Y no siempre es agradable el cambio, ¿verdad?

Bueno para no perder la costumbre, este mes ha cumplido con lo que se esperaba de él. No recuerdo si ya les he contado anteriormente que mi pequeña de rizos alborotados está cursando el primer grado de educación primaria, fue muy hermoso verla caminar hacia la puerta ese primer día, pero como madre el corazón se me hizo pequeño. Cada logro para mi niña es un paso más en su vida, pero para mí es una tarea menos que tengo que realizar en mi papel materno, y, a veces, esto implica aprender a soltar detalles que amamos, como una palabra que no se pronuncia correctamente y en secreto nos hace sonreír por las mañanas, o el no tener que sujetar las cintas de los zapatos porque hay una vocecita que con independencia reclama: “ya soy una niña grande y puedo hacerlo sola” mientras observo con gran satisfacción como lo hace y una voz en mi corazón me susurra “apenas ayer le daba su primera papilla”.

Hemos tenido muchas primeras veces en este mes, algunas han sido situaciones que han evolucionado hasta convertirse en nuestras tradiciones, otras nos han enseñado partes de nuestro ser que aún desconocíamos.



Una de estas tradiciones es que a la hora de salir de la escuela vamos a un parquecito que esta camino de casa. Este parquecito es muy especial ya que está rodeado de árboles cuyo nombre desconozco y varios pinos hermosos que han habitado este mundo por más de treinta años ya. Este momento que pasamos en el parque mi muy inquieta Valentina y yo lo disfrutamos entre las resbaladillas y conversaciones sobre el día. “ ¿Cuál fue tu parte favorita de hoy?” le pregunto mientras una cascada de eventos empieza a surgir de su boca. “Vamos a juntar las piñas de los árboles” me reta mientras sale corriendo, y yo tengo que hacer uso de todas mis artimañas para poder seguirle el paso. Al llegarse la hora de volver a casa, Valentina siempre le dice adiós al parquecito y le pide que la espere para el siguiente día. Cual fue nuestra sorpresa hace una semana que cuando llegamos encontramos a los bomberos tirando cuatro de los pinos que allí estaban. La tristeza me invadió mientras escuchaba las razones que ellos me daban al preguntarles porque estaban cometiendo semejante crimen. Resulta que una persona puso una queja sobre estos árboles, situación que se podía haber resuelto de otra manera, según he podido investigar, pero lo más sencillo era tirar los árboles.

Hemos perdido el respeto por lo que nos rodea y vemos los dones que nos entrega la madre naturaleza bajo resguardo como algo que carece de valor, cuando en realidad dependemos totalmente de la existencia de ellos. “ ¿Sembraran nuevos árboles?” dije a los bomberos sin embargo su respuesta fue negativa.

Valentina y yo miramos con tristeza como la sierra penetraba el tronco del árbol cesando su existir, cayendo las ramas que antes nos cobijaron en nuestros juegos y nos dieron sombra cuando la inclemencia del sol nos negaba un espacio de juego. Nuestro rinconcito del mundo estaba siendo mutilado y no podíamos hacer absolutamente nada al respecto.


Pedí perdón a cada árbol que presenció la caída de sus hermanos, ellos estaban aquí antes que nosotros, ellos habían presenciado muchas historias y habían guardado secretos de miles de niños que allí jugaron, pedí perdón mas no fue suficiente.

Hoy el parque sigue de pie, un poco dolorido por su perdida, los demás árboles estoicos arropan las aventuras que entre ellos suceden cada tarde, como el inicio de nuevas amistades según puede decir Valentina, ya que en nuestras acostumbradas visitas un pequeño niño se nos ha unido a nuestros juegos, citando lo que me dijo el día de ayer “el parque se ve muy triste sin sus árboles”. Le doy toda la razón.




No todo ha sido triste. Valentina tuvo su primer festival revolucionario en la escuela y por lo tanto fue mi primera vez como mamá espectadora. La pandemia nos había arrebatado esta experiencia, así como tantas otras.


La emoción de mi pequeña en los días anteriores al evento era contagiosa, verla ensayar sus pasos en casa y platicarme emocionada como haría la vuelta y la otra vuelta hacía que mi corazón también bailara de felicidad. El día del festival ya con vestido de Adelita y rebozo en mano nos dirigimos a la escuela mientras multitud de niños con rifles de juguetes y bigotes postizos nos daban la bienvenida. Y allí me tienen en primera fila tomando fotografías de mi pequeña estrella, no me pueden culpar soy una mamá muy orgullosa.

“Mira mamá allí está la maestra bonita” me dice Valentina en un momento. La maestra bonita es una mujer muy hermosa que da clase en otro grado, pero que mi niña admira. Al platicar con ella me dice que sus alumnos un bailable con una canción de Coco, las caricaturas, mientras sus pequeños pupilos se ponen sus máscaras de catrines y catrinas.



Desde lejos puedo entender la devoción que tiene mi hija por la maestra, veo su entrega y su dedicación, también puedo observar el respeto y admiración que tienen sus alumnos hacia ella. Cada mañana me la topo cuando dejo a Valentina en la puerta cuando la maestra bonita siempre viene cargada con actividades de sus alumnos y adornada con una amplia sonrisa. Gracias Maestra Bonita por marcar una diferencia en la vida de sus alumnos, espero con ansias el turno de mi pequeña para que este bajo su tutela, será una gran aventura.



También este mes trae consigo recuerdos, que son difíciles de nombrar, ya que cuento los años que han pasado desde que tuve que decirle adiós a mi pequeño angelito, el bebe que me convirtió en madre, pero del cual no pude ser mamá. Mi corazón siempre lo recuerda y manda hasta el cielo el arrullo que quedó pendiente, la canción de cuna que no se entonó y el beso en la frente que aún tengo guardado. Sé que en alguna parte de mi existencia podré entregárselo. Mientras me queda la esperanza.



El otoño siempre es mi época favorita del año, ver las hojas vestirse de colores ocre mientras se sueltan al viento dejándose ir y confiando en el viaje me hace querer convertirme en una también.

Aprender a soltarnos y confiar en la vida es intimidante pero también hermoso. Así como el espectáculo de ver las hojas danzar con el viento dejándose llevar mientras cumplen con su misión de vida.

Muchas aventuras que hemos vivido este mes de Noviembre, he peleado con el monstruo de mil cabezas, batalla que aún no puedo nombrar como ganada, aun. Pero esto será material para otra Historia bajo La Luz de la Luna.

Gracias por ser parte de mi vida y de mis letras.

Un abrazo

Erika



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