Las aventuras de una mamá lectora: ¿A qué temperatura arde la fe?
- ERIKA Castillo
- 31 jul
- 3 Min. de lectura
¿Cuántas veces la gente toma y te devuelve tu propia expresión,
tus más escondidos y temblorosos pensamientos?
Ray Bradbury
Fahrenheit 451
De nueva cuenta aquí, en nuestro rinconcito del mundo, mis queridos Lectores bajo la Luna, pero esta vez desde una ubicación diferente...
Lidiar con el monstruo de mil cabezas tiene sus partes difíciles de sobrellevar, pero también sus ventajas. Una de ellas es viajar y poder ver las montañas...

En estos viajes y esperas interminables en salas ajenas, he conocido personas realmente valientes, que día a día transforman su lucha interna en una forma de vivir donde la derrota no tiene nombre, y levantarse cada vez que se cae es sinónimo de victoria.
No por ello todo es fácil ni perfecto. He visto en rostros cercanos a mí la huella de las lágrimas nocturnas, esas que calan hondo y dejan cicatrices que solo quien padece el mismo dolor puede ver.
He sido testigo de personas con la mirada en el piso, rogando al Creador por un minuto de descanso, un pequeño suspiro sin dolor...
Se podría pensar que es una escena deprimente, pero… ¿me considerarían loca si les dijera que, en medio de esta danza de personas enfermas, he encontrado belleza?
La gente es, más a menudo de lo que creemos, una antorcha que arde hasta apagarse.

En mis días cargados de espera, los libros y las letras han sido mi compañía: han aligerado conversaciones incómodas, suavizado noticias difíciles… y también me han ayudado a esquivar dos o tres impertinencias, porque una persona con un libro en la mano y la mirada llena de letras a veces se vuelve insondable.
Así como he sido testigo de almas que hacen de su vida una inspiración, también he visto cómo la llama de otras se extingue lenta y dolorosamente.
Lo que más me afecta de todo esto es saber que no puedo hacer nada para ayudar…
¿Cuál es la diferencia entre unas y otras?
¿Qué acciones me encasillarán a mí en alguno de esos dos grupos?
Es difícil responder. Hay días en los que siento que la batalla está ganada, y otros, con humildad, veo que simplemente estoy en la esquina, esperando a que empiece el siguiente acto… y ya lo he dado por perdido.
Escuchando conversaciones que no me pertenecen —las sillas en la sala de espera están más cerca de lo que me gustaría— oí a una mujer que no se veía enferma, pero por su medicamento sé que lleva una lucha larga con la mujer del vestido negro. Con convicción, le decía a su acompañante que había desarrollado “el don de esperar”.
Y esa frase me llamó en el alma.
Esperar no es fácil. Está cargado de incertidumbre, de miedo, pero también de fe.
Esa fe que hace que cada día sea una nueva promesa de que será mejor, más llevadero… e incluso, me atrevo a decir, más feliz.
Sabiendo que debe anochecer que la noche se desliza rápidamente hacia una próxima oscuridad pero también hacia un nuevo sol.

Esta aventura de una mamá lectora hoy no incluye ninguna travesura de la pequeña de rizos alborotados. Tampoco surge de un momento de quietud o una reflexión entre juegos y meriendas.
Esta aventura viene acompañada de Ray Bradbury y su libro Fahrenheit 451, donde la introspección nos invita a mirar con otros ojos lo que nos rodea. Comprender que lo que todos hacen no siempre es lo mejor para nuestro propio camino es un paso más hacia entender nuestra misión de vida… y, con ello, abrirnos a la posibilidad de sentir la verdadera felicidad.
Tiene un poco de amargura… pero también de luz.
Porque después de todo, ¿qué sería de la noche si la Luna no la acompañara?
Les dejo, mis queridos Lectores.
Yo sigo esperando a que llegue mi turno, con la esperanza al lado y el libro en el regazo.
Un abrazo,
✨🌙
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