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Las Aventuras de una mamá lectora: Los ciclos de color púrpura

  • Foto del escritor: ERIKA Castillo
    ERIKA Castillo
  • 2 may
  • 5 Min. de lectura


“Un niño siempre puede enseñar tres cosas a un adulto: a ponerse contento sin motivo, a estar siempre ocupado con algo y a saber exigir con todas sus fuerzas aquello que desea.”

Paulo Coelho


Hola, mis queridos Lectores bajo la Luna,


Nuevamente las letras y el amor por las historias que nuestros amigos los libros nos regalan nos unen aquí, en nuestro rinconcito dentro de este caótico y bello mundo. Gracias por permitirme ser parte de su día.


¿Les ha sucedido que una canción se instala en un rincón de sus pensamientos y sirve de fondo musical para su día a día? A mí me pasa muy seguido. Hay melodías que se quedan grabadas en mi corazón y se repiten una y otra vez. Pero hay una en particular que últimamente ha estado en loop constante dentro de mí.


Todo comenzó un día mientras me bañaba. De la nada me encontré cantando esta sinfonía mientras el agua me despabilaba. Desde entonces me ha acompañado en mis tareas cotidianas, se coló en mi lista de reproducción, y por la noche competía con el libro que tenía entre manos. Pasaron dos días y seguía en la misma historia: no podía saciarme de escuchar aquella melodía que ahora vivía en mi mente.


Estando en casa de mi mamá, mientras hacía un dibujo para mi sobrino —el de los ojos traviesos y vagancias ininterrumpidas—, la canción sonaba de fondo en el celular. Y como era de esperarse, mi sobrino se convirtió en el más reciente admirador de dicha pieza musical.


¿Será una canción de moda?, me preguntarán. Pero no es así. Esta melodía vio la luz hace muchos años, y ha sido interpretada por muchos a lo largo del tiempo. Su nombre: El Fantasma de la Ópera, de Andrew Lloyd Webber.

Como dice la canción, en el sentido más literal:

“The phantom of the opera lives here… inside my mind.”

(El fantasma de la ópera vive aquí… dentro de mi mente).

Disculpen queridos Lectores, estoy en el proceso de aprender a dibujar...😊
Disculpen queridos Lectores, estoy en el proceso de aprender a dibujar...😊

Y ahora que ya les puse una melodía en la cabeza, permítanme compartir una experiencia que he estado viviendo últimamente de manera más consciente, desde que me convertí en madre.


¿Sabéis?, dicen que cuanto más alto los lanzas de pequeños, más fácil es que aprendan a volar.”

Es muy común entre quienes desean ser padres —y también entre quienes ya lo somos— decir: “Yo no voy a cometer los mismos errores que mis padres.”

Y a continuación podríamos hacer una lista muy personal de todas las situaciones que en algún momento nos parecieron injustas o dolorosas. Pero, ¿qué implica realmente romper con esos comportamientos heredados de generación en generación?


Déjenme contarles una vivencia de la mano de mi querida niña de cabellos rizados.


Cierto día, Valentina tuvo una jornada muy importante con sus muñecas. Había creado un mundo mágico por toda la sala, lo que, a ojos adultos, se traduce como un desorden de dimensiones descomunales.


Yo, su mamá, había tenido un día lleno de obligaciones. Estaba agotada, sin paciencia y sin fuerzas, por lo que le pedí que empezara a recoger los juguetes. Pero Valentina, sumergida en su mundo, simplemente me ignoró. No se le puede reprochar nada, ¿verdad?

Pasaron unos minutos y volví a pedírselo, esta vez con un tono más apurado. Pero ella seguía en su juego.


Al entrar nuevamente a la sala y ver el mismo escenario, sentí que la poca paciencia que me quedaba había expirado. Con voz fuerte, le ordené que dejara de jugar y recogiera todo de inmediato.


Valentina se quedó mirándome muy asustada. Se levantó rápido y comenzó a poner todo en su lugar con una mirada triste. Yo me encerré en el baño y comencé a llorar. La frustración y el cansancio habían tomado el control.

¿Cómo se rompen los patrones que llevamos observando toda la vida?


Esto es lo que nuestra gente le pide al dios supremo, al Chukwu: Dadme riquezas y un hijo, pero si tengo que elegir entre ambas cosas, dadme un hijo, porque cuando crezca, también crecerán mis riquezas.”


Al poco tiempo, salí del baño con la cara enrojecida por las lágrimas. Me encontré con una habitación impecable y una niña que me miraba buscando aprobación.

—¿Está bien así, mamá?

—Sí, mi amor, gracias —le respondí con la voz quebrada.

—¿Me perdonas por no hacerte caso ahorita?


Esas palabras me rompieron. Volví a llorar, pero esta vez sentí sus pequeños brazos rodeándome, consolándome.

Y fue entonces que entendí la lección más grande que ella podía darme: aprender a pedir perdón.


Las palabras con las que inicié este relato volvieron a mí:

“No quiero cometer los mismos errores…”

Así que me armé de valor y respondí:

—Perdóname tú a mí, mi amor. No debí hablarte de esa manera.


Sus ojos se llenaron de lágrimas, las mismas que había contenido cuando le hablé con dureza. Y así, en un gesto simple pero profundo, rompimos juntas un ciclo. Un ciclo de padres y madres que sufrieron en silencio, que creyeron que para mantener la autoridad había que mostrarse duros, sin errores ni debilidades.


¿Cuántas actitudes repetimos sin darnos cuenta? ¿Cuántos patrones perpetuamos que ya no nos sirven y aún así no nos atrevemos a cambiar? Romper estos ciclos requiere vivir de forma más intencional, presente, atenta a cada palabra y cada acto. Es más fácil decirlo que hacerlo, lo sé.


Nuestro abrazo fue breve, porque Valentina —como siempre— ya tenía una nueva actividad lista, y me invitaba a unirme. Otra lección más.


“Sentía mi pecho pleno de algo parecido a un baño de espuma. Luz; la luz era tan agradable que hasta podía notar su sabor dulce, como un anacardo maduro de un amarillo intenso.”

Una autora que me ha ayudado a reflexionar sobre todo esto es Chimamanda Ngozi Adichie, a quien no conocía hasta hace poco. Su libro La Flor Púrpura entrelaza con delicadeza realidades cotidianas y emociones profundas: el amor hacia los padres, la unión entre hermanos, el fanatismo religioso, el dolor, la esperanza. Me llevó de la mano por una Nigeria que lucha por sus ideales, pero también por una historia íntima donde cada personaje busca su propio florecimiento.


Me sentía como en casa, como si estuviera en el lugar que me correspondía desde hacía mucho tiempo.”


Mis queridos Lectores bajo la Luna, me despido deseándoles que encuentren un libro que les regale fuerza, que los inspire a romper con los ciclos que ya no deben continuar.

Yo seguiré escuchando esa canción que vive en mi mente, mientras juego con Valentina y las muñecas en el piso de la sala.


Un abrazo,

✨️🌙




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